La incontinencia urinaria, que se define como la pérdida involuntaria de orina, es un trastorno que se presenta en el ser humano desde que éste adoptó la posición erecta, ya que al estar de pie, la fuerza de gravedad hace que el contenido abdominal ejerza presión sobre el área de la pelvis, donde se encuentra la vejiga. Por extraño que parezca, éste es uno de los factores primordiales que causan el trastorno.

Este padecimiento afecta particularmente a las mujeres, y en el grupo de edad de más de 65 años su prevalencia es de entre 30 y 74%. En Estados Unidos, aproximadamente 10000000 de personas de la población blanca padecen incontinencia urinaria. Al extrapolarla a la población de hispanos, la cifra puede ser mucho mayor debido a que este grupo racial suele tener más hijos (multiparidad).

El aumento en la edad de la población, sus hábitos y sus actividades sociales han repercutido negativamente, sobre todo en las mujeres. Por ejemplo, acuden con regularidad a lugares públicos que no siempre cuentan con servicios sanitarios, como iglesias y parques, lo que las obliga a procurar retener la orina por tiempos prolongados, en perjuicio del funcionamiento vesical.


La incontinencia urinaria no necesariamente debe considerarse una enfermedad, pues aunque en algunos casos se deriva de infecciones, lesiones de los tejidos o mal funcionamiento del sistema urinario, en otros casos se debe a la pérdida de resistencia de los músculos responsables de la continencia —por causas relacionadas con el envejecimiento— o a la pérdida de la capacidad de la vejiga para distenderse adecuadamente y contener una mayor cantidad de orina. Por ello resulta de suma importancia no sólo el diagnóstico médico de las causas de la incontinencia, sino también del estado físico y sus repercusiones en la actividad social del paciente, ya que, por ejemplo, para una mujer de 70 años dedicada a las labores del hogar, con mínima actividad social y con limitada actividad física, la pérdida de orina puede ser sólo una incomodidad, por lo que no estaría dispuesta a someterse a una cirugía; sin embargo, para una mujer con gran actividad social y laboral sería una verdadera tragedia correr constantemente el riesgo de mojarse con orina, y ella aceptaría con facilidad un tratamiento quirúrgico.

El origen del problema
Las causas de la incontinencia son varias. En lo hombres esta patología con frecuencia se debe lesiones posquirúrgicas o a enfermedad de 1 próstata. Otra razón pueden ser las infecciones urinarias crónicas que se presentan enfermedades asociadas —como la diabetes mal atendida—, las cuales favorecen u irritación vesical permanente que produce contracciones no controladas de la vejiga, y e se traduce en la imposibilidad de controlar el a de la micción. No obstante, en la mujer las causas r comunes son la multiparidad, la pérdida de tono los músculos perineales, las cirugías ginecológicas disminución del nivel hormonal.

Diagnóstico
Para diagnosticar la incontinencia urinaria se hace evaluación urológica completa, que incluye radiografías tales como la urografía excretora, que mués sistema urinario en su totalidad y es útil para descartar enfermedades urinarias no detectadas previa —como cálculos o tumores—. Los cistogramas o un panorama específico de la vejiga con datos d valor, como la capacidad vesical, la ausencia flujo, la relación de la vejiga con la uretra como responsable directa de la continencia, y la r con los órganos pélvicos. Además de las radiografías deben practicarse exámenes de laboratorio ( para encontrar posibles enfermedades gen das, como la diabetes, que repercute en infecciones urinarias y neuropatías que afectan la función vesical. Asimismo, mediante la exploración ginecológica se pueden detectar trastornos de la estática pélvica involucra a los órganos que le dan soporte a como el útero y los ligamentos.
De ser necesario, todo esto se puede complementar con una endoscopia para observar enfermedades vesicales específicas, como la pérdida del ángulo uretral vesical, las malformaciones congénitas —como ureteroceles o implantaciones anómalas de los ureteros— y otras enfermedades vesicales, como divertículos e incluso tumores.

Además, las nuevas tecnologías permiten evaluar todo el proceso que se lleva a cabo durante el vaciamiento vesical en tiempo real, lo cual se logra con estudios como la cistovideografía, mientras que la urodinamia permite estudiar el flujo de la orina a través del sistema urinario y la adecuada contractilidad de los músculos que ayudan a la conducción de los fluidos urinarios; asimismo, detecta otras anormalidades, como trastornos de la capacidad vesical, continencia, orina residual, obstrucción e incluso pérdida de la sinergia adecuada entre los músculos que impulsan la orina y los esfínteres que la contienen.

El tratamiento
Puede ser médico o quirúrgico, de acuerdo con la causa de la incontinencia. El tratamiento médico incluye medicamentos para retardar y regular el vaciamiento vesical, reforzar la contracción de la vejiga en casos de atonía de este músculo y mantener la orina libre de infecciones a fin de reducir la irritación del sistema y mejorar su funcionamiento, además de combatir la inflamación para conservar la integridad de mucosas y tejidos urinarios y disminuir el dolor y la sintomatología irritativa.

Otra opción la constituyen los ejercicios perineales para fortalecer el tono muscular del área genital; éstos ayudan en forma significativa al alivio del problema e involucran al paciente en forma activa en la mejoría de sus molestias.
También se pueden utilizar materiales absorbentes, cuyo diseño y tecnología han mejorado en forma considerable, de manera que ahora son muy cómodos y lo suficientemente discretos para que el paciente lleve una ida prácticamente normal.

Cirugía de una vez por todas
Y desde luego, está el tratamiento quirúrgico. Múltiples tratamientos quirúrgicos se han utilizado a lo largo de la historia para el manejo de la incontinencia, los cuales, a grandes rasgos, pueden dividirse en abordajes abdominales y abordajes vaginales, o una combinación de ambos. La gran cantidad de técnicas quirúrgicas que se desarrollaron para tratar este mal nos da idea de lo poco efectivas que eran; para colmo, sus pobres resultados incluso disminuían con el tiempo.

Al paso de los años se fueron perfeccionando, pero su efectividad verdaderamente mejoró con el advenimiento de la urodinamia y los estudios de imagen, que permiten hacer un diagnóstico muy preciso del problema que es necesario corregir y la mejor forma de realizarlo. Actualmente, la cirugía se basa en la aplicación de mallas que suspenden la uretra y la vejiga, imitando el soporte que le daban los músculos que perdieron su tono. Éstas se aplican con métodos de mínima invasión, que han disminuido considerablemente los riesgos, el tiempo quirúrgico y la estancia hospitalaria, y que asimismo, permiten una rápida recuperación, garantizan resultados excelentes que no disminuyen con el tiempo y tienen costos accesibles para un amplio segmento de la población.

Esta perspectiva del manejo quirúrgico ha logrado que la población geriátrica acepte con facilidad la cirugía, que anteriormente se percibía como de gran riesgo y cuyos resultados eran poco alentadores.

A la hora de seleccionar el tratamiento más adecuado para un paciente en edad geriátrica, es de suma importancia tomar en cuenta la edad, las condiciones generales, las enfermedades concomitantes, la expectativa de vida, la repercusión social, su estilo de vida, el entorno en que vive, la capacidad y disponibilidad de las personas que lo cuidan y la autoestima del enfermo, para ofrecer el máximo beneficio y la mejor calidad de vida con el mínimo riesgo.

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