Muchas medicinas tradicionales utilizan la miel para curar diversas afecciones, y no es de extrañar, pues se sabe que desde hace 2 500 años el hombre la ha consumido con diversos propósitos. Ya los antiguos egipcios y, de este lado del mundo, varias culturas mesoamericanas, habían descubierto sus propiedades, especialmente la de sanar heridas.
En diversos puntos del orbe se ha empleado para evitar la contaminación de heridas, tratar la mastitis en vacas lecheras, curar úlceras pépticas, aliviar la gastroenteritis y controlar la tina.
Actualmente una de las particularidades de la miel que más investigaciones suscita en universidades y laboratorios de todo el mundo es su supuesto poder antibiótico.

Dulce como la miel
La miel se compone básicamente de glucosa y fructosa, además de agua, pero contiene otros azúcares (entre ellos maltosa, sucrosa, turanosa, isomaltosa y maltulosa), ácidos, proteínas y minerales.
Puesto que se trata de una solución "azucarada" alta en fructuosa, en ciertas condiciones la miel tiende a absorber agua. Por ello suele utilizarse en algunos productos de panadería para extender su "vida de anaquel", pues mantiene la humedad de los alimentos.
Pero esas no son sus únicas características ni las más admirables:
Como endulzante, la miel puede remplazar al azúcar, pues contiene cerca de 69% de glucosa y fructosa. Es una fuente de energía: la miel aporta 64 calorías por cucharada, cantidad mayor que la que aporta el azúcar de caña, que provee 50 calorías por cucharada. • Es de fácil digestión.
Mejora el desempeño físico tanto de quienes hacen ejercicio como de los atletas; ayuda a mantener estable el nivel de glucosa en la sangre, a la recuperación de los músculos y a la restauración del glicógeno después del entrenamiento.
Se dice que es una fuente de vitaminas y minerales, aunque los estudios recientes muestran que las cantidades de unas y otros son tan pequeñas que no resultan significativas.
Es batericida y fungicida. Aplicada sobre heridas promueve la recuperación de los tejidos lesionados y funge como antiséptico.
Suaviza la piel. Combinada con leche, la miel tiene un efecto suavizante.

Miel cristalizada
Hay muchos mitos respecto a la forma de reconocer la miel pura de abeja, acerca de la miel cristalizada y sobre si es posible calentarla o no. De acuerdo con nuestras investigaciones, muchas mieles que se venden en tiendas y supermercados han sido hervidas y filtradas para retrasar su proceso de cristalización -el cual es perfectamente normal-, pero al parecer eso destruye algunos de sus nutrientes. La miel cristalizada no está defectuosa, no tiene cera disuelta y tampoco azúcar.
Si la prefiere líquida, simplemente coloque el frasco en un recipiente con agua caliente (no en baño María), o deje que se funda sola, como si fuera mantequilla, al untarla sobre hot cakes, pan u otro alimento caliente.
No se recomienda calentarla en microondas o directamente sobre la estufa, porque es fácil que se queme y su sabor se altera.
El caso de los antioxidantes
Se trata de sustancias nutritivas y no nutritivas que pueden retardar o inhibir la oxidación, o neutralizar los efectos dañinos de los radicales libres. El organismo resiente el efecto del estrés oxidativo, responsable del incremento de enfermedades cardiovasculares y cáncer, entre otros males.
Las investigaciones muestran que la miel contiene numerosos antioxidantes fenólicos y no fenólicos, cuya cantidad y características dependen en gran medida de la fuente floral de donde provenga la miel. Las mieles más oscuras por lo general presentan contenidos más altos de antioxidantes que las mieles más claras.

Bebés, absténganse
La miel puede contener esporas de Clostridium botulinum, que causan el botulismo infantil, una terrible enfermedad que afecta el sistema nervioso de bebés menores de un año y medio de edad. Dichas esporas se hallan diseminadas en el ambiente, y suelen acumularse en el polvo, la tierra y los alimentos mal envasados. El sistema inmunológico de los adultos y niños mayores de 18 meses, en general, ya tiene suficientes defensas para combatirlas, además de que estas esporas se vuelven inocuas cuando se someten al calor, por ejemplo, al manufacturar alimentos en hornos, tostadores y rosticeros, por citar algunos.

En busca de la verdad
En las últimas décadas se han llevado a cabo numerosos estudios para determinar la veracidad y el alcance del supuesto poder antiséptico de la miel, especialmente en el tratamiento de heridas. En algunos manuales de cuidados de la salud se indica que la miel posee propiedades antimicrobianas, que promueve la cicatrización sin favorecer la formación de costra, desodoriza las heridas que tienen mal olor, estimula la regeneración de tejidos y, sobre todo, mantiene la herida hidratada, lo cual en muchos casos, resulta importante, para evitar que el nuevo tejido se deforme.
Los estudios más recientes se han realizado en la Unidad de Investigación de la Miel de Waikato, Nueva Zelanda, y en el Hospital Christie en Manchester, Inglaterra. En este último se estudia, desde 2006, la aplicación de miel a los pacientes de cáncer para promover una rápida recuperación luego de una cirugía.
En estos estudios se ha logrado determinar que la miel inhibe un amplio espectro de bacterias —capaces de ocasionar una infección— y algunos hongos.
En cuanto a su composición, la miel es una solución súper saturada de azúcares, de la cual 84% es una mezcla de fructosa y glucosa, mientras el agua representa apenas entre 15 y 20% de su peso. La explicación de la acción antibacterial es que la interacción de las moléculas de estos azúcares con las de agua dejaría muy pocas moléculas de esta última disponibles para los microorganismos.
Aunque ciertos tipos de levadura logran sobrevivir en algunas mieles con mayor contenido de agua —con la cual la miel se descompone—, ésta es tan escasa que no alcanza para sustentar ninguna forma de vida, e incluso si el contenido de agua es menor que 17.1% la fermentación no es posible.
Además, la miel sin diluir es un medio ácido, con un pH de entre 3.2 y 4.5, lo cual es otro factor que inhibe el desarrollo de muchos agentes patógenos (por ejemplo, Escherichia coli; Salmonella sp.; Pseudomona aeruginosa, 4.4; Streptococcus pyogenes). Sin embargo, hay que tomar en cuenta que los fluidos corporales pueden diluir la miel y, en consecuencia, incrementar su pH.
Pero, al parecer, la razón más importante por la cual la miel tiene un efecto antibacterial es que, como resultado de la actividad de las enzimas que contiene —que la abeja produce en una glándula llamada hipofaríngea y sirve para transformar el néctar de las flores—, la miel produce peróxido de hidrógeno. Esto, que en la naturaleza sirve para su preservación, posibilita que cuando t la miel se diluye y cambia el pH, sucedan complejas redacciones químicas que dan como resultado la producción de un antiséptico que puede matar bacterias pero sin dañar los tejidos.
Por si todo lo anterior no fuera suficiente, la miel tiene todavía otro mecanismo antibacterial a base de fotoquímicos, los cuales se supone que entran en acción en condiciones en que los anteriores pudieran quedar inhabilitados, por ejemplo, a causa del calor. Este último mecanismo no ha sido muy estudiado todavía.

¿Piensa intentarlo?
Se han hecho pruebas en heridas que no respondían a los tratamientos habituales a base de antibióticos y antisépticos; el resultado, en casi todos los casos, fue que la miel resultó muy efectiva para combatir la infección rápidamente y promover la cicatrización.
Aunque al parecer la miel proveniente de ciertas plantas tiene una actividad antibacterial mayor que otras, hasta ahora esto no se ha comprobado. Empero, los investigadores señalan que mientras no se descubran todos los secretos de la miel, se emplee con precaución y se vigile cuidadosa y constantemente la evolución de la herida, para detectar y tratar por otro medio cualquier signo de infección. Asimismo, es necesario replicarla las veces que sea necesario cuando los fluidos corporales la diluyan. En todo caso, la miel que se emplee para tratar heridas, quemaduras u otras lesiones debe guardarse en un sitio fresco, más bien frío, y lejos de la luz.
De cualquier modo, los estudios científicos indican que no todas las mieles poseen el mismo poder antiséptico, además de que solamente se han estudiado unas cuantas de entre las miles de variedades de miel, por lo que aún no podemos afirmar que se trate de un remedio infalible.

Conserve su tesoro
Si se preserva en un recipiente hermético con tapa, la miel puede permanecer inalterada durante décadas, e incluso durante centenares de años, aunque dependerá de las condiciones de almacenamiento. Por lo general, puede ocurrir que pierda su aroma, que se cristalice, que se vuelva insípida o las tres cosas. La mayoría de las marcas de miel que ofrecen sus productos en supermercados establecen una vida de anaquel de dos años, aunque todos sabemos que puede durar mucho más.

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